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Autor: Shina, Fernando E.
Fecha: 21-mar-2022
Cita: MJ-DOC-16480-AR | MJD16480
Sumario:
I. Introducción. II. Tres cerebros en uno. II.1. El cerebro reptiliano. II.2. El cerebro límbico. II.3. El córtex. III. El tamaño del cerebro. IV. La química del cerebro. IV.1. La dopamina y las recompensas. IV.2. Las endorfinas y el dolor. IV.3. La oxitocina. IV.4. La serotonina. V. Terminaciones.
Doctrina:
Por Fernando E. Shina (*)
I. INTRODUCCIÓN
En la actualidad hay en marcha dos congresos internacionales que, desde Europa y Estados Unidos, se ocupan de estudiar el cerebro humano (CH). Se trata del Human Brain Project (HBP) (1) y el Initiative Brain (IB) (2).
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La magnitud presupuestaria y la trascendencia científica de estas iniciativas internacionales resaltan dos cuestiones. La primera es que el mundo desarrollado está empecinado en estudiar el cerebro humano. La segunda, es la certeza de lo poco que por el momento se sabe de ese órgano asombroso y determinante para nuestras vidas.
Al inaugurar el IB, Barack Obama define al cerebro como «esa sustancia de 1.5 kg, ubicada entre las dos orejas y habitado por aproximadamente 100 mil millones de neuronas y neurotransmisores». Desde luego, no es una definición científica pero sí lo suficientemente descriptiva y clara para que, quienes no tenemos formación científica suficiente, entendamos la importancia que el cerebro tiene en el desarrollo de nuestras vidas
II. TRES CEREBROS EN UNO (3)
Los biólogos están de acuerdo en afirmar que el cerebro humano tuvo un asombroso desarrollo. A lo largo de la historia, en una línea imaginaria que abarca cientos de millones de años, la estructura psíquica del ser humano tuvo cambios determinantes hasta llegar a ser como hoy somos.
En esa evolución se destaca la aparición o desarrollo de tres cerebros que, en definitiva, forman el que tenemos.
Entre otros autores prestigiosos, Daniel Goleman (4), explica en forma muy descriptiva esta evolución y cómo ella nos ha convertido en criaturas únicas, y dominantes: «El cerebro humano, con su casi kilo y medio de células y jugos nerviosos, tiene un tamaño aproximadamente tres veces mayor que el de nuestros parientes más cercanos en la escala evolutiva, los primates no humanos.En el curso de millones de años de evolución, el cerebro ha crecido de abajo hacia arriba» (5).
Veamos un poco más detenidamente esa evolución que, vale la pena remarcar, presentamos forma didáctica y sin ninguna pretensión científica.
(1) El cerebro reptiliano. Hace unos 500 millones de años, se desarrolla el sistema reptiliano, encargado de atender toda nuestra actividad instintiva o, mejor dicho, se encarga de nuestra supervivencia.
Esta área del cerebro humano es similar, en todo sentido, a la que disponen el resto de los mamíferos y reptiles. Su función principal es poner en marcha nuestras funciones más primitivas como, por ejemplo, protegernos de posibles amenazas y hacernos huir de situaciones peligrosas. Dicho en otras palabras, el reptil que llevamos dentro tiene una función primaria: mantenernos vivos. Su puesta en marcha es instintiva e involuntaria, como el acto de respirar y la imposibilidad de contener la respiración.
Como fue dicho, su función principal es nuestra supervivencia. Sin embargo, el reptil protector que llevamos dentro lleva a cabo esa tarea con tanto celo que muchas veces es un obstáculo para que logremos algunos objetivos personales. Ello se debe a que nos sentimos seguros únicamente cuando marchamos por un terreno conocido. Por el contrario, frente a lo desconocido tendemos a sentirnos en peligro y a salir corriendo, muchas veces sin ninguna razón que justifique ese comportamiento tan asustadizo.
El cerebro reptiliano ocupa aproximadamente el 5% del total de nuestra masa cerebral.
(2) El cerebro límbico (6) (CL). En esta geografía del cerebro, que fue evolucionando desde hace unos 200 millones de años, se originan nuestras emociones: amor, ira, tristeza, alegría, etc.
En el sistema límbico se generan las respuestas (decisiones) emocionales frente a determinadas situaciones. Nos permite anticipar resultados posibles a partir de experiencias pasadas.
El sistema límbico combina, sin intervención de la razón, señales del pasado (recuerdos) con decisiones que nos previenen de actuar o nos estimulan a hacerlo. Tratemos de explicarlo con un ejemplo sencillo.Si en el pasado hemos tenido una experiencia desagradable, ya sea con una persona o una ciudad, es probable que en el futuro rechacemos estar en contacto con personas o visitar otros lugares que nos recuerden aquellos eventos que impactaron negativamente en nuestras emociones. Esto significa que las situaciones adversas que hemos vivenciado, quizás hace muchos años, tienen un impacto emocional que se almacena en el cerebro límbico y que, frente a posibles repeticiones, sale de su escondite para advertirnos. En sentido figurado, y siguiendo el ejemplo, el sistema límbico es el primer filtro que nuestra conducta debe pasar si quiere hacer algo.
El cerebro límbico, como bien explica Estanislao Bachrach, detecta e interpreta en forma automática todas las señales, sean de placer y recompensa o de peligro y amenazas, y nos ordena que nos alejemos o acerquemos según ella sea interpretada como placentera u hostil.
El científico argentino da ejemplos que facilitan mucho la comprensión del límbico: «si la situación, evento, circunstancia o persona que tiene en frente tu cerebro límbico lo considera como una potencial recompensa, oportunidad o placer, tu límbico le dirá tu córtex -el racional – que te acerques, colabores, te esfuerces, dediques tiempo, sería algo así como, ‘si me gusta o da placer, le pongo onda. Si, por el contrario, tu límbico predice o presiente que para vos esa situación puede ser una amenaza, hará exactamente todo lo contrario para que escapes y te alejes» (7).
Esto, a grandes rasgos, significa que esta sección del cerebro está involucrada en la mayoría de las decisiones automáticas que tomamos a diario. Su mecanismo es absolutamente emocional y no racional. Se intuyen amenazas y peligros sin que haya una explicación racional que justifique esa sensación.
En sumario: el ‘cerebro límbico’ es un protagonista central en la toma de decisiones automáticas, emocionales y predictivas.También es fuente inagotable de errores, frustraciones y prejuicios, pero esa es otra cuestión.
El sistema límbico, según los estudiosos, es más sensible para detectar las señales de peligro que aquellas que nos resultan más placenteras. Es que, millones de años atrás, nuestros colegas humanos corrían serios peligros de ser devorados por animales hambrientos mientras caminaban por la selva inhóspita.
Al referirse al sistema límbico de advertencias y prevenciones, Bachrach señala que «Doscientos mil años atrás en la sabana africana, tu ancestro Homo Sapiens estaba muy pero muy atento a la falta de comida, los leopardos, las condiciones climáticas y otras amenazas, y eso fue lo que le permitió sobrevivir en el planeta y conquistar todas las geografías y los climas. Esto lo hacía gracias al encendido del sistema de respuesta a las amenazas que te permite, luchar o escapar frente a peligros reales o imaginarios» (8).
El ser humano quizás sea la única especie capaz de comprender que el miedo es su mayor fortaleza y la clave de su imbatible supervivencia. Es difícil no coincidir con el joven y genial historiador Yuval Harari cuando explica lo que pudo haber ocurrido 50 mil años atrás en la sabana australiana: «Los humanos no tienen un aspecto particularmente peligroso. No poseen dientes largos y afilados ni un cuerpo musculoso y elástico. De modo que cuando el mayor marsupial que haya hollado la Tierra, fijó la vista por primera vez en este simio de aspecto endeble, le dedicó una mirada y después continúo masticando hojas. Estos animales tenían que desarrollar el miedo a los humanos, pero antes de que pudieran hacerlo ya habían desaparecido» (9).
Conclusión: ni siquiera la especie más poderosa no tiene chances de sobrevivir si no aprende a tener miedo.
(3) El córtex (10). Finalmente, el cerebro se integra con el llamado córtex prefrontal que nos permite desarrollar el pensamiento más analítico, crítico y lógico.Esta sección de nuestro cerebro es la que tuvo un desarrollo más reciente y se estima que su evolución comienza hace unos 200 mil años.
Sin dudas, la relevancia y envergadura del córtex es la nota más distintiva de los seres humanos y pensantes. Como bien dice Goleman, autor que ya citamos antes, «La neocorteza del Homo Sapiens, mucho más grande que en ninguna otra especie, ha añadido todo lo que es definidamente humano. La neocorteza es el asiento del pensamiento; contiene los centros que comparan y comprenden lo que perciben los sentidos. Añade a un sentimiento lo que pensamos sobre él, y nos permite tener sentimientos con respecto a las ideas, el arte, los símbolos y la imaginación» (11).
Es importante entender que el cerebro no está divido en tres secciones, sino que está integrado por ellas. Como dice Bachrach: «las tres se interconectan en amplias y extensas redes compartidas. Como si estuviesen las 24 horas charlando entre ellas. Es decir, no tenés un cerebro reptiliano para los deseos rodeado de un sistema límbico para las emociones, que a su vez está rodeado del córtex para los pensamientos o cognición. Es un cerebro» (12).
Facundo Manes, explica en forma muy docente el funcionamiento completo de esta área del cerebro (13).
III. EL TAMAÑO DEL CEREBRO
En el punto anterior, dijimos que el cerebro humano pesa alrededor de un kilo y medio. Ese dato no es menor y merece que lo analicemos un poco más detenidamente. Lo primero que debe decir es que no siempre el cerebro humano tuvo ese peso y dimensión.
Este punto está muy bien explicado por el neurocientífico Dean Burnett:«Las pruebas dan a entender que, durante los últimos tres millones de años, el cerebro humano ha expandido su tamaño en un 250%, aproximadamente, que buena parte de ese aumento se ha concentrado en el córtex, donde se genera la inteligencia y que ha tenido lugar principalmente en el último millón y medio de años» (14).
Esto significa que ese asombroso aumento del volumen cerebral no hizo que los humanos seamos más instintivos y emocionales, sino más inteligentes. Nos hizo tan astutos como lo requería la supervivencia en circunstancias si empre precarias y de escasez.
Nos hemos vuelto más inteligentes porque necesitábamos mayor intelecto para sobrevivir. Hasta el amor humano requiere de una dosis de romanticismo, ciertamente de origen intelectual, que supera las rudimentarias relaciones ‘macho-hembra’ del reino animal. Como bien señala el citado Burnett: «el vínculo de pareja característico de los animales monógamos precisa de mayores dosis de pensamiento y de reflexión, como cualquiera que se haya olvidado de un aniversario de boda sabrá bien. Implica incorporar toda una serie de necesidades, contextos de situación y comportamientos de otro individuo a nuestro propio pensar» (15).
Las relaciones amorosas de largo término y mayor estabilidad emocional requieren de una mayor inteligencia; hay una estrecha relación entre el amor vitalicio y la aptitud intelectual de sus protagonistas (16). Desde luego, ello no implica negar que el amor sea una experiencia emocional trascendente, pero sí consolida la idea de que la capacidad para proyectar una vida en común es una abstracción que solo puede realizar Homo Sapiens gracias a su poderoso intelecto.
A diferencia de otras especies, vivimos haciendo abstracciones; es decir, conjeturando situaciones que no conocemos y que probablemente nunca tengan existencia real. Como explica Burnett: «si le damos un plátano a un chimpancé, éste se centrará en el plátano en sí. Me gustan los plátanos. Voy a comérmelo. Si damos un plátano a una persona, se centrará en nosotros, en quién se lo haya dado.¿Por qué me está dando esta persona un plátano? ¿Qué es lo que quiere?» (17).
Estanislao Bachrach, también explica este fenómeno de las abstracciones intelectuales. «Por muchos años se creyó que tus neuronas pasaban la mayor parte del tiempo durmiendo. Hoy sabemos que están constantemente activas. Esto se conoce como actividad intrínseca del cerebro y es otro de los hallazgos más importantes de los últimos tiempos. Durante esta actividad intrínseca lo que tu cerebro está haciendo es millones de predicciones sobre lo que te va a encontrar en el mundo en el siguiente segundo, basado en tus experiencias pasadas» (18).
En pocas palabras: somos predictivos y conjeturales, como los algoritmos que inventamos para que se ocupen algunas de nuestras cosas y que ahora tratamos, con poca suerte, que sepan menos de nuestras cosas.
Yuval Harari también se refiere a esta evolución histórica del cerebro humano: «Los mamíferos que pesan 60 kilogramos tienen en promedio un cerebro de 200 centímetros cúbicos. Los primeros hombres y mujeres, de hace 2.5 millones de años, tenían un cerebro de unos 600 centímetros cúbicos. Los sapiens modernos lucen un cerebro que tiene un promedio de 1.200/1.400 centímetros cúbicos» (19).
Ello, desde luego, no nos permite sacar conclusiones determinantes, pero sí nos permite entender que las relaciones humanas son esencialmente complejas porque somos los seres más sofisticados de la creación. En este punto coincidimos con Facundo Manes cuando dice: «Más allá de que nunca se va a saber con certeza la serie de eventos que llevaron al estado actual de nuestro cerebro, como parte de este proceso evolutivo se produjo el más importante y misterioso de todos los fenómenos naturales: la conciencia humana» (20).
IV. LA QUÍMICA DEL CEREBRO
El cerebro, por decirlo de una manera que resulte clara es un enorme depósito de neurotransmisores (sustancias químicas (neurotransmisores) que, básicamente, intervienen en prácticamente todo lo que pensamos, todo lo que sentimos y todo lo que hacemos.Las sustancias químicas más influyentes en nuestro comportamiento social son cuatro. Dada la importancia que ellas tienen en nuestra vida de relación se las conoce como ‘el cuarteto de la felicidad’.
Este asombroso equipo está integrado, entre otras, por las siguientes sustancias químicas:
a) dopamina;
b) endorfinas;
c) oxitocina;
d) serotonina.
A grandes rasgos, podemos decir que cada una de ellas tiene una misión más o menos específica y más o menos genérica. Veamos esto un poco más detalladamente:
1) La dopamina y las recompensas. La dopamina, para Dean Burnett, «desempeña una amplia variedad de funciones en el cerebro, pero una de las más contrastadas es su papel en la generación de placer y gratificación o recompensa. Asimismo, Burnett agrega que cuando el cerebro detecta que se ha hecho algo placentero o satisfactorio, como beber agua para apaciguar la sed, o huir de un peligro inminente, o lograr una conquista amorosa, nos recompensa de un modo muy característico: haciendo que la persona sienta un breve pero muy intenso placer. Esa sensación placentera se la debemos a la segregación de dopamina (21).
La dopamina y las sorpresas. No siempre las cosas ocurren como pensamos que podían suceder. Muchas veces tenemos alegrías inesperadas y otras, y quizás con mayor frecuencia, amarguras imprevistas. En ambos casos, la sorpresa del evento es lo que hace aumentar las alegrías y las penas.
Según los estudios de las neurociencias, las recompensas sorpresivas incrementan la secreción de dopamina y los sucesos desafortunados provocan una caída sustancial en la producción de esta sustancia química.
Cuando una buena noticia – por nimia que sea -nos sorprende, nos produce una reacción placentera cuya intensidad está más asociada a la ‘sorpresa’ que al suceso en sí mismo. Veamos un ejemplo.El hecho de saber que tenemos dos semanas de vacaciones asignadas nos da alegría, pero si repentinamente nos dicen que tenemos tres días más de licencia, debido a una compensación que habíamos olvidado, vamos a experimentar un regocijo que no guarda relación con los días adicionales, sino con la novedad inesperada.
Lo mismo ocurre, pero en sentido inverso, cuando recibimos una noticia desafortunada que no esperábamos. Pocas cosas nos decepcionan más que una sesión de ’homebanking’ malograda porque nuestro empleador no nos depositó el salario el día estipulado. Por más que no estemos necesitados de ese dinero, en el sentido estricto de la palabra necesidad, la desazón por el retraso se intensificará por la sorpresiva demora.
Ambos ejemplos son muy descriptivos y sirven para explicar que el aumento o la caída de la dopamina están íntimamente ligada a las sensaciones placenteras o desagradables que experimentamos. Es evidente, concluye Burnett, que la dopamina resulta fundamental para su capacidad de disfrutar de las cosas (22).
Sin perjuicio de lo dicho, es sumamente importante entender que la presencia de dopamina en el cuerpo no es lo que determina el placer. Este neurotransmisor actúa como un impulsor que nos motiva a actuar. La dopamina es la encargada de empujarnos para que hagamos las cosas necesarias para alcanzar una meta placentera. Dicho en otras palabras: nos impulsa a buscar una botella de agua, pero el placer proviene del líquido que nos hidrata (23) (24).
A pesar de que el cerebro produce dopamina en escala sumamente reducida, su influencia es determinante para regular nuestra actividad; es decir nuestra conducta (25).
2) Las endorfinas y el dolor. Para la mayoría de los neurocientíficos, esta sustancia química juga en las ligas mayores del placer humano. Burnett no vacila al afirmar que «Es evidente que los neurotransmisores llamados endorfinas son el verdadero pez gordo de las sustancias químicas causantes del placer.Tanto si se liberan al atiborrarnos de chocolate o durante el subidón del sexo, las endorfinas nos proporcionan esa vertiginosa y maravillosamente intensa sensación de calidez que invade todo nuestro ser» (26).
Las endorfinas están asociadas tanto al placer intenso como a la asombrosa resistencia al dolor que podemos desarrollar. Se sabe que los analgésicos más potentes, como la heroína y la morfina, deben su eficacia a que activan la secreción de las endorfinas naturales que produce nuestro cerebro.
El ejemplo más asombroso de un dolor extremo y placentero es el parto, tantas veces es evocado con emoción y alegría por las mujeres que pasan por esa experiencia. Burnett explica buena parte del milagroso alumbramiento asociándolo a las endorfinas: «las mujeres han desarrollado evolutivamente muchos mecanismos de adaptación diferentes para facilitar el parto, y uno de ellos es el que consiste en la acumulación y liberación de endorfinas mientras proceden a dar a luz» (27).
Las endorfinas también nos rescatan de las exigencias, a veces excesivas, a las que sometemos a nuestro cuerpo. Ellas actúan, por ejemplo, en las competencias deportivas más rigurosas, como las maratones, que obligan correr durante 42 kilómetros seguidos, y también en los interminables partidos de tenis que solemos ver desde nuestro sillón más cómodo, mientras los jugadores corren tras una pelotita amarilla durante más de cinco horas, a veces bajo condiciones climáticas poco humanas.
La crónica de Wikipedia cuenta (YouTube hace el video) que el partido de tenis más largo de la historia fue disputado entre el estadounidense John Isner (ganador del match) y el francés Nicolás Mahut. El encuentro tuvo lugar durante 3 días seguidos (del 22 al 24 de junio de 2010) y ocurrió en el emblemático torneo de Wimbledon del año 2010 La duración de ese partido todavía nos provoca escalofríos a quiénes recordamos esa batalla deportiva: 11 horas, 6 minutos y 23 segundos.John Isner se impuso 6-4, 3-6, 6-7(7), 7-6(3), 70-68 (28). El video de YouTube, que recopila imágenes de ese encuentro, todavía nos sigue asombrando (29).
La medida justa. La capacidad que nuestro cerebro tiene de producir endorfinas es, afortunadamente, muy limitada. Se estima que las endorfinas humanas son cinco veces más poderosas que la morfina y el opio que normalmente se utilizan para aliviar dolores extremos (30).
Es que, como explica Burnett, una persona expuesta al consumo descontrolado de heroína o de alguna otra sustancia opiácea, apenas sirve para otra cosa que no sea «tener la mirada perdida en el espacio y babear de vez en cuando (31)».
Finalmente, c abe agregar que, en principio, las endorfinas están más asociadas al alivio del dolor que a la generación de placer. No se trata, señala el citado autor inglés, de que produzcan placer, pero sí ayudan y disminuyen el estrés, con lo que contribuyen al bienestar y la felicidad (32).
3) La oxitocina: el amor no es una química del placer. Si solamente consideráramos que la dopamina nos ofrece una atrapante sensación de placer y que las endorfinas nos alivian los dolores extremos, podríamos llegar a la apresurada conclusión de que la felicidad es una receta química que puede incrementarse ‘a piacere’. De hecho, no son pocas las personas que la buscan en una farmacia.
No queremos ser pesimistas, pero sí es necesario advertir que resulta muy fácil confundir la sensación de placer con la de felicidad. Los humanos solemos pasar la vida derrochando regocijos sin llegar nunca a ser felices. La cantidad de emociones profundas que exige la dicha excede las posibilidades químicas de nuestro organismo y de poco sirven los agregados farmacéuticos. Dicho con otras palabras:el suplemento de la felicidad no se consigue ni siquiera en la tienda dietética más sofisticada y no es conveniente abusar de las muchas pociones mágicas que prometen aumentar nuestros músculos, asegurarnos dulces sueños, hacernos más inteligentes o, las más ambiciosas, facilitarnos la concreción de un amor esquivo. Mucho antes que encontrar la solución a esos dilemas existenciales vamos a naufragar en los inhóspitos abismos de las adicciones. El abuso farmacológico es un problema global que también ocupa a la OMS (33).
Burnett, nuevamente, nos explica con palabras sencillas y claras que «La vida es más que una serie de momentos eufóricos. La felicidad tiene que ver también con la alegría, la satisfacción, el amor, las relaciones, la familia, la motivación, el bienestar y otras muchas otras palabras habituales en los memes de Facebook.» Para terminar, este singular científico se pregunta, un poco retóricamente, si existe un neurotransmisor relacionado con estas cuestiones tan profundas (34).
La respuesta, al menos una parte de ella, la debemos buscar en otra hormona que produce nuestro cerebro: la oxitocina, comúnmente conocida como la hormona del amor.
Sin entrar en cuestiones científicas que nos exceden, no hay dudas acerca de que la oxitocina está vinculada a nuestra vida afectiva en general y amorosa en particular: «Los lazos entre amantes, parientes o amigos muy cercanos tienden a hacer felices a las personas a largo plazo. Y la oxitocina parece ser un ingrediente integral» dice Burnett (35).
Normalmente se asocia la oxitocina a las mujeres debido a que el cuerpo femenino libera dosis elevadas de esta hormona durante el trabajo de parto. Además, ella también está presente en la leche materna, lo que induce y estimula la lactancia; sin embargo, también es un regulador afectivo de la conducta masculina:«Y aunque la oxitocina tiene a afectar más a las mujeres que a los hombres, no deja de tener efetos muy potentes en estos últimos; por ejemplo, un estudio mostró que, los hombres que ya tienen una relación tienden a mantener mayor distancia con mujeres atractivas en un contexto de relación social que los hombres que están solteros. La conclusión que se extrajo en ese caso es que el aumento de oxitocina hace que los hombres se sientan más comprometidos con sus parejas. Básicamente, lo que viene a decir ese argumento es que la oxitocina refuerza los vínculos amorosos (36).
Pero, ¡cuidado!: los excesos nunca engendran virtudes excesivas. La oxitocina no escapa a la regla de los equilibrios saludables. Una vinculación exagerada con un grupo determinado de sujetos nos puede volver hostiles y antisociales frente a la diversidad. En una palabra: la oxitocina también contiene el germen de la discriminación y el racismo: «Como ocurre con la mayoría de las cosas, la oxitocina tiene su lado negativo. Según un estudio con sujetos humanos masculinos, los hombres a quienes se administró oxitocina se mostraron mucho más dispuesto a atribuir rasgos negativos a quienes no fueran de su propia cultura u origen étnico. Por decirlo de otro modo, la oxitocina nos vuelve racistas» (37). Y otro tanto ocurre cuando la pasión enciende, en la misma hoguera, al amor y los celos. Desdémona, inmortalizada por el inmortal Shakespeare, dice, poco antes de morir asesinada por amor: Es contra toda naturaleza matar por amor. ¡Ay! ¿Por qué os mordéis el labio de esa forma? Un delirio sanguinario estremece todo vuestro ser. Son terribles los presagios; mas espero que no sean a mí a quien amenazan» (38).
En sumario, y citando otra vez a Burnett: «La oxitocina puede tener una importancia vital para la creación de vínculos sociales afectivos, pero no todos los lazos sociales conducen a la felicidad.De hecho, pueden muy bien llevar a todo lo contrario» (39).
El video adjunto sirve para que tengamos, en forma rápida y didáctica, una noción de las asombrosas funciones de este neurotransmisor (40).
4) La serotonina: la felicidad no es una receta médica. La serotonina es vulgarmente conocida como la hormona de la felicidad porque interviene intensamente en las emociones que sentimos.
Así, cuando experimentamos la inimitable sensación de amor, los niveles de serotonina se disparan. Sin embargo, no deberíamos caer en la tentación de pensar que el amor es un asunto más cercano al cerebro que al corazón. La serotonina, ni ningún otro neurotransmisor, es causa directa o exclusiva o excluyente de felicidad.
Y lo mismo puede decirse de la tristeza. No obstante, la mayoría de los informes científicos sugieren que tener los niveles de serotonina por debajo de lo normal se asocia a enfermedades mentales, como el autismo, la esquizofrenia, hiperactividad, depresión, ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo, insomnio, estrés. «Los antidepresivos más recetados hoy en día actúan incrementando los niveles de serotonina disponibles en el cerebro. La teoría actualmente vigente sostiene que la depresión nace de una reducción de los niveles de serotonina y que ese es un problema que conviene arreglar» (41).
La amena charla entre el Dr. Norberto Abdala y el periodista Antonio Laje explica con palabras claras y sencillas, las funciones y la importancia real de la serotonina en nuestro funcionamiento emocional (42).
V. TERMINACIONES
A medida que vamos entendiendo el asombroso funcionamiento del sistema nervioso central, más nos alejamos del dogma del acto jurídico voluntario sobre el cual el Derecho privado armó sus teorías basales.
El discernimiento y la intención, como categorías fundantes del Derecho son una parte (y no la principal) de la conducta. Nuestra existencia, afortunadamente, está aderezada con importantes cantidades de dopamina, endorfinas, oxitocina, serotonina y otros condimentos que la hacen más sabrosa.Toda la evidencia científica señala que actuamos y tomamos decisiones con menos intención y discernimiento de lo que se creía hace treinta años atrás. Sin embargo, por el momento (y vaya uno a saber hasta cuándo), el derecho sigue embelesado por una exagerada valoración de la actividad consciente.
El conocido neurocientífico francés Stanislas Dehaene (43) sostiene, recordando al inmortal Sigmund Freud, que «la conciencia está sobrevalorada. Solo somos conscientes de nuestros pensamientos conscientes. Como nuestras operaciones inconscientes nos eluden, siempre sobrevaloramos el papel que la conciencia desempeña en nuestras vidas. Al olvidar el sorprendente poder de lo inconsciente, atribuimos en exceso a decisiones conscientes nuestras acciones y, por eso, entendemos de manera errada que nuestra conciencia es un jugador clave de nuestras vidas diarias (44)».
¡Vaya paradoja formula Dehaene! La primacía de la conciencia se apoya en la completa ignorancia – que la mayoría de nosotros tiene – del universo inconsciente. Pues bien; el Derecho, al menos nuestro sistema legal, también es víctima de este contrasentido y quizás eso explique por qué sobreactúa la importancia de la voluntad. Hace años que alegremente ignoramos los procesos inconscientes que son los más determinantes de nuestra conducta.
Es imprescindible que las escuelas de Derecho de todo el país comiencen a estudiar con mayor profundidad la psicología del comportamiento.
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(1) The Human Brain Project Video Overview (Subtítulos en Español) – Bing video, captura 4/01/2022.
(2) https://www.youtube.com/watch?v=VZC0Mr5d_OE, fecha de captura: 4/01/2022.
(3) https://www.youtube.com/watch?v=ih9_X45C6CQ, captura 17/01/2022
(4) Daniel Goleman (Stockton, 7 de marzo de 1946) es un psicólogo, periodista y escritor estadounidense. Adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro Emotional Intelligence en 1995. Según la página web oficial de Daniel Goleman, se han vendido, hasta 2006, alrededor de 5.000.000 de ejemplares en 30 idiomas. Daniel Goleman obtuvo su doctorado en la Universidad de Harvard. (https://es.wikipedia.org/wiki/Daniel_Goleman, fecha de captura:3/02/2022)
(5) GOLEMAN, Daniel: La inteligencia emocional, Buenos Aires, B de Bolsillo, 2019, p.28.
(6) https://www.youtube.com/watch?v=FouV8Y1i4ng, fecha de captura: 18/01/2022.
(7) BACHRACH, Estanislao, En el limbo, Buenos Aires, Sudamericana, 2021, p. 70.
(8) BACHRACH, Estanislao, En el limbo, Buenos Aires, Sudamericana, p. 71.
(9) HARARI, Yuval Noah, De animales a dioses, Joandomenéc Ros (Trad.), Buenos Aires, Debate, 2013, p. 85.
(10) https://www.youtube.com/watch?v=nwZPOwIGKVA, fecha de captura: 18/01/2022.
(11) GOLEMAN, Daniel: La inteligencia emocional., p.30.
(12) BACHRACH, Estanislao: En el limbo, Buenos Aires, Sudamericana, p. 73.
(13) https://www.youtube.com/watch?v=r5M018pEkL4, captura: 18/01/2022.
(14) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, Albino Santos Mosquera (Trad.), Buenos Aires, Paidós, 2018, pg. 136.
(15) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, . pg. 136.
(16) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, . pg. 136.
(17) BU RNETT, Dean: El cerebro feliz, . pg. 140.
(18) BACHRACH, Estanislao: En el limbo., p. 78.
(19) HARARI, Yuval Noah, De animales a dioses, Joandomenéc Ros (Trad.), Buenos Aires, Debate, 2013, p. 20.
(20) MANES, Facundo – Niro, Mateo, Usar el cerebro, Buenos Aires, Planeta, 2019, p. 61.
(21) BURNETT, Dean, El cerebro feliz, . pg. 24/25.
(22) Pero si encuentra 20 libras esterlinas en un bolsillo de unos pantalones viejos, tendrá una experiencia inesperada. Esas 20 libras son mucho menos dinero, pero son más gratificantes, porque no las esperaba. A su vez la ausencia de una recompensa esperada (por ejemplo, que no le hayan depositado el salario en el banco el día que tocaba) parece provocar una caída sustancial de los niveles de dopamina. Así que es evidente que la dopamina resulta fundamental para su capacidad de disfrutar de las cosas. (Burnett, Dean, El cerebro feliz, . pg. 25.
(23) https://www.youtube.com/watch?v=cqvSfz8DKzU, fecha de captura, 1/02/2022.
(24) https://www.youtube.com/watch?v=AVJmCrSxkMc, fecha de captura, 1/02/2022.
(25) https://www.youtube.com/watch?v=gK1i-U2lApQ, fecha de captura, 1/02/2022.
(26) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, . pg. 26.
(27) BURNETT, Dean:El cerebro feliz, . pg. 27.
(28) Ver más información en https://es.wikipedia.org/wiki/Partido_Isner-Mahut_de_Wimbledon_2010, fecha captura: 2/02/2022
(29) https://youtu.be/5BynwldPENc, fecha de captura: 2/02/2022
(30) Tenemos en nuestros cerebros sustancias el quíntuple de potentes que el más estupefaciente neurótico conocido. Aunque es una mala noticia para los adictos al placer, la raza humana y su buen funcionamiento tienen mucho que agradecer a que el cerebro use las endorfinas con ese sumo cuidado. (Burnett, Dean, El cerebro feliz, . pg. 26).
(31) BURNETT, Dean, El cerebro feliz, . pg. 26.
(32) BURNETT, Dean, El cerebro feliz, . pg. 28.
(33) El uso y dependencia de sustancias psicoactivas representan un factor significativo en el incremento de la carga total de morbilidad a nivel mundial. El Informe Mundial de la Salud 2002 (OMS) estableció que el 8,9% de la carga total de morbilidad se atribuye al uso de sustancias psicoactivas, asociadas en un 4,0% al tabaco, 4,1% al alcohol y 0,8% a las drogas ilícitas. En muchos países el impacto del uso y dependencia de sustancias psicoactivas se relaciona con un amplio conjunto de problemas de salud y de exclusión social, que contribuyen a la expansión de la carga de morbilidad, entre los cuales resalta el aumento del VIH/SIDA a través del uso de drogas intravenosas. Organización Panamericana de la Salud y Organización Mundial de la Salud, Neurociencia del consumo y dependencia de sustancias psicoactivas, https://www.who.int/substance_abuse/publications/neuroscience_spanish.pdf, 5/02/2022).
(34) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, pág. 28.
(35) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, pág. 28.
(36) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, pág. 29.
(37) BURNETT, Dean: El cerebro feliz, pág. 30.
(38) SHAKESPEARE, William, Otelo, en Tragedias, Obras Completas, Edimat, Madrid, p.
(39) BURNETT, Dean, El cerebro feliz, pág. 31.
(40) https://www.youtube.com/watch?v=v-M2bgrBZK0, fecha de captura: 5/02/2022
(41) BURNETT, Dean, El cerebro feliz, pág. 31.
(42) https://www.youtube.com/watch?v=ucSyS0P2-lI, fecha de captura: 10/02/2022.
(43) Stanislas Dehaene (Roubaix, 12 de mayo de 1965) es un neurocientífico cognitivo francés cuya investigación se centra en temas como la cognición numérica, las bases neuronales de la lectura y los correlatos neuronales de la conciencia. A partir de 2017, es profesor en el Collège de France. En 2014, junto con Giacomo Rizzolatti y Trevor Robbins, recibió el Premio ´Brain´. https://es.wikipedia.org/wiki/Stanislas_Dehaene, fecha de captura: 13/02/2022.
(44) DEHAENE, Stanislas: La conciencia en el cerebro, María Josefina D’Alessio (Trad.), Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2015, p. 107.
(*) Doctor en Ciencias Jurídicas, Pontificia Universidad Católica Argentina.
Voces: NEUROCIENCIAS – DERECHO – DERECHO