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Autor: González Pondal, Tomás I. –
Fecha: 17-jul-2019
Cita: MJ-DOC-14974-AR | MJD14974
Por Tomás I. González Pondal (*)
Una balsa conducida gustosamente mar adentro, será un signo de libertad pero a condición de que su tripulante permanezca en ella. Es en esa pequeña embarcación donde será libre, y es precisamente dentro de sus límites donde su vida no correrá peligro. Desde el momento en que crea que su libertad es tan ilimitada que puede abandonar la balsa para hacer en el mar lo que desee, será allí donde el daño se encuentre y la muerte también. No es desatándose en el borrascoso mar donde se hallará la libertad, sino atándose al pequeño navío donde podrá disfrutársela. Porque se respeta la verdad de que flotando en la balsa alguien no se hundirá, es la razón primera que más luego permitirá dar con la libertad. Una vez más, como ha dicho Cristo, es «la verdad la que os hará libres».
Acaso debido a un viejo gusto por las balsas y esas cosas relacionadas con prometedoras aventuras en las aguas, siempre me ha resultado asombroso el plan que se trazaron los hombres que pusieron en práctica aquello que pasó a la historia como Expedición Atlantis. Recientemente se han cumplido 35 años de su concreción, y, tras leer algo sobre el suceso, me surgieron algunas ideas. Pienso que, antes de exponerlas, es bueno conocer, aunque sea muy sucintamente, algunas cosas sobre la Expedición. He aquí un brevísimo resumen de la hazaña. Cinco argentinos partieron desde el puerto de Tenerife (extremo noroeste de África), cruzaron el Atlántico recorriendo unos 5900 km y llegaron a Venezuela. Fueron transportados por una balsa sin timón, construida de madera y caña, y que se trasladaba ayudada por una vela cuadrada perteneciente a la Fragata Libertad, vela donada por la Armada Argentina. Los aventureros habían estudiado los vientos alisios y las corrientes oceánicas, y quisieron probar que muy posiblemente desde lejanas épocas embarcaciones africanas pudieron haber arribado a América.Tras cincuenta días de incertidumbre y habiendo avistado un barco azulado, contactaron a su tripulación mediante una radio que portaban. El capitán del referido barco azul, dijo: «Aquí pesquero Maratún, ¿ustedes son la balsa que viene de África?». A lo que el capitán de la balsa, Alfredo Barragán, respondió: «Sí, necesitamos chequear posición para saber dónde estamos». Y el capitán del barco causó la alegría: «A 10 millas de las islas Testigo. ¡Bienvenidos a América! De lo que no quedó dudas, es de que, tras 52 días de estar internados en el océano, los soñadores lograron llegar a tierras americanas.
Ver en mi imaginación la balsa metida en la inmensidad oceánica me hizo pensar en las cárceles. Entre una y otras hay diferencias y semejanzas. Ciertamente quien se sube a una balsa para lanzarse al inmenso océano tiene la posibilidad inmediata de desistir de la travesía temporal, y ciertamente quien es enviado preso no tiene la posibilidad de desistir de su «travesía temporal». El tripulante de la balsa busca flotar, mientras que, de alguna manera, quien va a la cárcel buscó hundirse. Uno alcanza voluntariamente el mar y por algo loable, el otro alcanza voluntariamente la cárcel y por algo reprochable. Quien está en la balsa en el medio del océano no puede ya escapar de la embarcación a no ser para peligrar en las aguas, y quien está preso no tiene ya posibilidad de escapar hacia la libertad del mundo a no ser para, en el intento, hallar nuevos motivos que incrementen sus días de privación de la libertad. Pero aquí viene una semejanza que encuentro importante: la balsa, entre otras cosas, está para evitar que alguien se hunda, y las cárceles, entre otras cosas, deberían ser lugares que no contribuyan a mayores hundimientos.
Por lo pronto, nada tiene que ver lo anterior con una blanda o desenfrenada aplicación de la justicia, sino, concretamente, con una «precisa» aplicación de ella.La justicia para que sea tal, no puede ser ni blanda ni vengativa, por la simple razón de que, al caer en uno de esos pozos, fallaría en ser: justa. Si un hombre merece prisión perpetua, que sea aplicada la justicia y se le dé prisión perpetua; si alguien debe pagar una módica multa es injusto que se lo envíe a prisión por muchos años, y si alguien debe ir a prisión por muchos años debido a la gravedad del ilícito cometido sería una burla e injusticia que se libre de todo pagando una multa. En resumidas: sostengo que debe brillar la justicia con su medida, ni más ni menos. No desconozco que alguien saltará dirá que todo eso depende del tribunal que juzgue. Está más que claro eso, pero intento moverme en el campo del deber ser.
Si alguien merece prisión de 20 años -estoy basándome en penas de nuestro ordenamiento penal-, que le sea aplicada. Pero por más rigurosa que sea la pena, junto a ella debe coexistir el debido trato que no induzca al «mal moral». ¿A qué viene lo anterior? A que teniendo en cuenta tantas tergiversaciones que en la actualidad se han operado desde sectores políticos y desde pensadores del derecho, algunos deforman la justicia para luego proponer una «justicia» inmoral. Tomaré el caso de las violaciones: tenemos jueces que prácticamente aplican penas irrisorias, al tiempo que saben que en la cárcel al violador se le aplicará «penas extras» consistentes en violaciones. Más abajo desarrollaré esta última idea.
Se conoce como «Garanto-Abolicionismo» al pensamiento que intenta destronar al poder punitivo del Estado; es un pensamiento que desea hacer de la pena algo minúsculo o, directamente, hacerla desaparecer. Por eso vemos a jueces que aplican penas insignificantes ante delitos gravísimos. El abogado y doctor en leyes que en este país acuñó la expresión Garanto-Abolicionismo ha sido Héctor Hernández.No sólo fue quien por vez primera usó esa palabra para acusar a una doctrina henchida de ideología y destructiva del orden penal, sino que es autor de un genial y voluminoso libro titulado «Inseguridad y Garantismo Abolicionista (Bases para la reconstrucción de la Justicia Penal), en donde liquida a uno de los principales impulsores de esa ideología, el jurista Raúl Eugenio Zaffaroni. En esta época de asesinatos se levantan cátedras para enseñar el aborto. Deberían levantarse cátedras en todas las facultades del país en donde exclusivamente se imparta, como materia específica, todas las enseñanzas penales del doctor Hernández. Del mismo autor y en coautoría, está la obra «Fines de la Pena – Abolicionismo – Impunidad». Tanto el primer libro nombrado como el segundo han sido editados por la editorial Cathedra. Pienso que para todos los abogados, y, en especial, para quienes se dedican al Derecho Penal, los mencionados escritos deberían ser de lectura obligatoria.
Encuentro oportuno hacer ahora un breve análisis fenomenológico entre las penas y las sociedades de estos últimos tiempos, para así apuntalar mejor algo que ya aseveré. Supongamos que un violador va la cárcel y que se le haya dado una pena máxima. Parémonos frente a la cuestión de la pena. ¿Está bien para ese sujeto una prisión de 20 años? ¿Sí o no? Según le ha parecido a casi todas las sociedades occidentales de estos tiempos, la pena de muerte no debe ser aplicada; en razón de ello, se determinó que la pena máxima sea de reclusión o prisión. Y aquellas sociedades que sí tienen la pena de muerte incorporada a su ordenamiento penal, han sido criticadas por aquellas otras que la dejaron de lado. Nuestra sociedad ingresa entonces en aquellas que dejaron de lado la pena capital, y que, como dije, ven con malos ojos a aquellas sociedades que sí la aplican. Bien; ahí no queda la cosa. Sigamos apuntalando al fenómeno.Muchos son partidarios de algo que podríamos denominar, solo por darle un nombre, «justicia extra». Y entonces escuchamos cosas como: «ya lo violarán en la cárcel»; «la pagará bien, porque se lo violarán todos»; «irá al lado de los violines y allí se lo violarán». Y ahí no queda el asunto. Pues esas expresiones de «justicia extra» encuentran asidero en la realidad, pues todo el mundo sabe, políticos, jueces y policías incluidos, que en las cárceles se permiten las violaciones. Sí. como suena: se permiten.
El resultado fenomenológico es más o menos como el que quedó expuesto con anterioridad, pero toca el turno de algo muy importante, a saber, hacer también un análisis exclusivo en relación a la expresión «justicia extra», y ver si realmente tiene algo de justicia. Por lo pronto, guste o no guste, nos encontramos con partidarios de la no violación devenidos ocasionalmente en partidarios de ciertas violaciones, esto es, cuando se trata de violar al violador. En tal grupo como ya dije, también ingresan políticos, jueces y policías. De modo que su «ley», sin rodeos, quedaría redactada de la siguiente manera: «Se aplicará una reclusión o prisión al violador. Conjuntamente, deberá ser violado cuando cualquier interno así lo desee».
Esa «justicia extra» tiene un nombre y ya lo mencioné antes: venganza; y la venganza, como también ya anuncié, puede fácilmente confundirse con la justicia. Distingue a la primera un odio devorador. De modo que, se quiera o no se quiera, para la «justicia extra» Maquiavelo sí vale: «el fin justifica los medios». Y de modo que caemos en un relativismo moral, donde en ocasiones ciertas violaciones resultarían justas.
Pero diré para qué sirve, según colijo, esa «justicia extra» que admite en las cárceles las violaciones entre violadores. Si alguno llega a salir de la cárcel, de seguro habrá servido para que siga violando; como se ve, de poco ha servido.Y si queda de por vida adentro, solo habrá servido de venganza, pues la justicia ordenó reclusión perpetua, y no, reclusión perpetua conjuntamente con seguidas violaciones. En ambos casos la cárcel devino en lugar para seguir hundiendo.
Los partidarios de las violaciones en las cárceles, a la postre, se tornan en enemigos de la misma sociedad. Pues de alguna manera fomentan que, en caso de que sean liberados los violadores, estos sean, de seguro, peores que al ingresar, y están aseguran do así que las posibles nuevas violaciones perpetradas fuera de la cárcel sean casi un hecho.
Hay algo terrible en el deseo de que al otro le suceda un mal como la violación, y es esto: hasta la pérdida de la vida del enemigo puede tener justificativo, pero jamás lo tendrá el pagar al violador con su misma moneda. Alguien puede matar al bandolero agresor que está buscando dar muerte, y hasta en determinados Estados hay pena capital para el violador; pero jamás se escuchó decir que está permitido violar a quien viola.
Por otra parte, como es sabido, en esa permisión de violaciones, muchas veces son víctimas de ellas presos que nada tienen que ver con ese delito, y sucede así por el desquicie y voracidad del mal que se favoreció.
Tengo para mí que la justicia penal está para restaurar el orden que se conculcó; concomitante con ello y sea cual fuere el fin que quiera dársele a una cárcel, al menos la misma no debe ser lugar donde se acrecienten los males morales. Es verdad que por más que uno se proponga la corrección de quien delinquió puede que no alcance su objetivo y el delincuente continúe defendiendo su mal; lo que no veo bien es que, incluso, se contribuya a seguir torciéndolo.
Las cárceles las pagamos entre todos, pero no me agrada pensar que mi dinero va destinado al fomento de injusticias y de nuevas desviaciones personales, que, como dije, terminan repercutiendo horrorosamente en la sociedad.No quiero nuevos hundimientos, ni quiero que quien se ha hundido se hunda más. Quien debe pagar que pague, pero que pague con lo justo así sea que eso justo sea terrible y mucho; pero nadie debe pagar recibiendo inmoralidades: nunca una inmoralidad formará parte de la justicia. La nueva «moral» a la cual hoy los gobiernos de turno prácticamente quieren obligar, incluye entre su ya amplio menú, cosas como: Que a los violadores se los trate con una lenidad penal irrisoria, pero que en las cárceles se revuelquen entre ellos acrecentando la perversidad, siendo que eso es una «justicia extra» atroz e inmoral, y así se burlan de la justicia y proponen sus (in) justicias. Lo que en ellos es más bien ideológico, en la sociedad decanta como venganza porque no se les da escapatoria. Que se aplique 20 años es algo raro, y, en cambio, es frecuentísima esa esa seudo-justicia que denuncio y avalada por hombres que se dicen del derecho. Pero como a las sociedades el Garanto-Abolicionismo le resulta algo repugnante, y como ven que muchas veces se aplican penas burlescas que no hacen justicia, ven, de algún modo, auxilio en la aludida venganza. Sucede que la falta de justicia alimenta las ansias de venganza.
Hay un artículo de la Constitución Nacional Argentina que, tristemente, es letra muerta. Es parte del artículo 18 : «Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice». Si eso que se dice del castigo hace referencia a la pena, me parece una redacción tonta. Se quiera o no se quiera, el perder la libertad física es un castigo por el mal que se cometió. ¿O acaso es un premio ir a la cárcel? Pero podría barajarse otra interpretación.Si la pena impuesta por un juez es un castigo, luego el «castigo» que refiere el artículo está haciendo alusión a «agregados» que van más allá de la pena dada por el magistrado. Difícilmente una cárcel será sana, cuando la enfermedad le viene aportada por todo un sistema corrompido.
Diré unas pocas palabras sobre la miseria humana -la que se quiera- y la posibilidad de cambiar. Algunos, y como principio absoluto, sostienen que «la gente no cambia». Hoy, entre las modas que pululan me canso de escuchar esa frase de que «todo fluye», o algo parecido como «dejemos que todo fluya». Una gran cantidad de psicólogos proponen a sus pacientes la «liberación»: «libérese, cambie de vida». No obstante lo anterior, cuando se trata de que alguien deje un mal para comenzar a vivir bien, ahí no, ahí la puerta se cierra; ahí vienen cosas como «no cambiará», «es imposible que cambie, ya es así». Un determinismo horrible. Y tengo para mí que hay cizaña que deviene en trigo, y lo tengo por más cierto que dos más dos son cuatro, no solo porque lo he comprobado sino por la autoridad de quien lo dijo. Sé que muchos no estarán de acuerdo con lo dicho en este párrafo, pero calculo que sí estarán de acuerdo en que menos que menos alguien avanzará un centímetro en un camino inverso, si a pesar de su corrupción se le añade nuevas corrupciones.
Dijo el capitán de la balsa, Alfredo Barragán: «La naturaleza es franca, es absoluta. Mi diálogo con ella es fácil porque se muestra tal cual es. Me parece una amiga extraordinaria». En tiempos en donde se quiere destruir el orden dado por Dios y apreciado en las cosas de la naturaleza, intento defenderlo de ideologías horrendas, pues también para mí esa naturaleza magistralmente ordenada, es «una amiga extraordinaria».
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(*) Abogado, UCA San Luis. Posgrado de Epistemología, UNSL. Profesor de Lógica y Epistemología. Profesor a cargo del seminario de Mobbing (acoso psicológico laboral), UNSL. Profesor a cargo del ciclo de conferencias Filosofía de El Principito, UNSL. Ensayista.