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Autor: Vizcaychipi, María Elena – Ver más Artículos del autor
Fecha: 10-mar-2017
Cita: MJ-DOC-10643-AR | MJD10643
Doctrina:
Por M. Elena Vizcaychipi (*)
«Un pensamiento profundo está en devenir continuo, abraza la experiencia de una vida y se amolda a ella». – Albert Camus
Los derechos humanos hacen a la ética; ¿qué relación tienen con la globalización?, ¿qué implicancia tienen en nuestra sociedad? Responder a la primera pregunta que me formulé no es tarea sencilla. La globalización avanza de a tres pasos por vez, y los derechos humanos retroceden de a cuatro pasos por vez.
La rapidez y la magnitud de los avances científicos y tecnológicos, en particular los derivados del Proyecto Genoma Humano (PGH), han otorgado al ser humano un poder sin precedentes, que incluye la posibilidad de manipular el código genético de la vida, con las serias implicancias éticas, jurídicas y sociales que ello significa y que, en todo caso, es preciso examinar y normar adecuadamente. Problemática que se suma a la tremenda brecha económica y social que excluye y margina a miles de millones de personas, una vez más denunciada por distintos foros sociales y por el movimiento mundial que lucha contra la hambruna y la pobreza conforme al lema «make poverty history», y a la preocupante alteración en el cambio del clima y consiguiente calentamiento global, que mereció el pronunciamiento de la reunión cumbre de Kyoto, de 1997, tendiente entre otros aspectos a reducir y controlar la emisión de gases, prorrogado hasta más allá de 2012 por su similar de Montreal, de diciembre de 2015. De tal modo, poner límites a esa extrema pobreza y a la creciente agresión al medio ambiente, como a la ambigüedad del progreso tecnológico, con la finalidad de preservar la dignidad humana y el respeto de los derechos humanos y mejorar las condiciones de vida en el planeta, constituye metas impostergables de la humanidad en la hora actual (1).
Poca utilidad tiene discutir sobre el fundamento de los derechos humanos. Norberto Bobbio insistía en la conveniencia de preocuparnos no tanto por su justificación, sino por su realización en la práctica.Eso presupone que la vigencia de los derechos humanos requiere una extendida cultura política, difundida y ejercida a lo largo y ancho del mundo. Más que la discusión sobre si los derechos humanos son conferidos por Dios o creados por los propios seres humanos, importa su institucionalización efectiva en las más diversas sociedades. El derecho, especialmente en sus ámbitos constitucional e internacional, es un medio necesario, aunque no suficiente, para afianzar este objetivo. Sin respeto al orden jurídico tampoco es posible la vigencia de los derechos humanos (2).
La implicancia que tienen es de alerta, antes que de respeto y obligatoriedad. No es una mera opinión lo que acabo de escribir. No necesito extender este escrito para movilizar la memoria de nadie porque abundan los libros, artículos, leyes y fallos para fundamentar lo que digo. No soy amante de los ejemplos, tampoco citaré alguno.
Lo que afirmo y sostengo con toda convicción es que los derechos humanos son pilares que hacen a la dignidad de la persona. ¿Cuáles son estos derechos humanos?
Son ni más ni menos aquellos que figuran en cartas constitucionales y en tratados, aquellos que llenan libros, esos olvidados derechos, los derechos individuales; los derechos económicos, sociales y culturales; derechos civiles y políticos; derechos de la solidaridad y derecho al desarrollo, a la paz, a un medio ambiente sano; «los derechos que conllevan la observación de verdaderos deberes actuales en favor de las generaciones futuras: los que vendrán» (3).
Y no hay que olvidar en estos tiempos, y en ningún otro, que estos derechos, nuestros derechos, surgieron luego de tantas luchas y guerras. Los derechos que nacen con el hombre mismo debieron ser declarados como tales, dado que el hombre en gran medida los ha violado porque ha olvidado su carácter como derechos inalienables, imprescriptibles e irrenunciables.
A mi juicio, el derecho a la vida es el más valioso de todos. Sin vida no hay nada, y la nada no existe porque simplemente no es. La vida es fuente de todo derecho. Sin «ella», no podríamos pedir libertad.Tantos problemas surgen con este derecho. El tema del aborto es uno de ellos y creo que el más importante. Todos los que están en contra de esta práctica apelan al derecho a la vida, del concebido y no nacido y los que se encuentran a favor apelan a la dignidad de la mujer (en caso de violaciones) y al derecho de querer o no ser madre, y es aquí donde surgen las mayores divergencias y consiguientes debates. Entonces, el derecho a la vida, en este tipo de cuestiones indudablemente trae sus consecuencias. Porque una persona reclama su derecho y el que no nació también lo hace, una voz silenciosa que aún no se pronuncia, pero que se sabe que existe y es ahí donde reside la cuestión. Esto tan preciado, la vida, se relaciona íntimamente con la globalización, porque la vida del ser humano, aparte de ser un derecho fundamental, antes que derecho, es la existencia misma. Y la existencia en esta sociedad que olvida los valores y tiende a lo superfluo, reflejado en dichos: «Pero no, eso quedo atrás, ahora estamos en otra era». Esta sociedad olvida que nació y que debe preservar la dignidad, el decoro, el respeto y la solidaridad hacia los semejantes, cuidar y preservar el medio ambiente que la rodea, el aire que respira. Debe preservar su propia existencia.
Friedrich Nietzsche, uno de los precursores de la filosofía existencial, llegó a convertir la teoría de los valores en el tema apasionante de los filósofos de fines del siglo XIX.
Para Nietzsche los valores tienen, más que una función meramente espiritual, un carácter predominantemente vital. La vida es el valor supremo en tanto se muestra por esencia como impulso y voluntad de poder y de hacer. Es valioso todo lo que afirma y favorece a la vida y desvalioso todo lo que tiende a degradarla o destruirla. A la luz de este enfoque estimativo, el hombre social construye su destino histórico y elabora sus sistemas de conocimiento (4).
Por ello, la existencia humana debe orientarse hacia la paz.Hay dioses de luz y dioses de barro, pero solo su equilibrio y ponderación permitirá al hombre en su camino alcanzar la paz social.
Me resulta oportuno mencionar un escrito de Holderin, esperando que sea agradable al lector:
«Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y con frecuencia, en la noche sagrada, le prometí que la amaría fielmente hasta la muerte, sin temor, con su pesada carga de fatalidad, y que no despreciaría ninguno de sus enigmas. Así me ligué a ella con un lazo mortal».
Partiendo de la base de la bioética, la ética de la vida. ¿Cómo creen que esta línea de pensamiento bioeticista se relaciona con los derechos humanos? «Bio» significa ‘vida’, y «ética»: es la pirámide que está formada por todos los valores universales. Si hay vida en la ética y hay ética en la vida, podríamos concluir que los derechos humanos están en el oasis, realizados.
La honestidad, la solidaridad, la humildad en la acción, la nobleza humana, volverán entonces así a ocupar su lugar en este mundo.
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(1) TINANT, Eduardo L.: «Bioética Jurídica, dignidad de la persona y derechos humanos». 2.a ed. Buenos Aires, Dunken, 2010, p. 140.
(2) ¿Adiós a los Derechos Humanos?, en http://redbioetica.com.ar/category/biblioteca/articulos/. Rodolfo Arango, Colombia, 13 de enero de 2017.
(3) TINANT, Eduardo L.: «Bioética Jurídica, dignidad de la persona y derechos humanos». 2.a ed. Buenos Aires, Dunken, 2010, p. 155.
(4) SMITH, Juan C.: «El desarrollo de las concepciones Jusfilosóficas», 2.a ed., p. 162. Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1980.
(*) Abogada. Escribana. Vocal titular del Consejo Directivo de la Asociación Argentina de Bioética Jurídica.